Escribe Ricardo Fernández Flores
Por el centenario de Imperial, como nota de relieve, se distinguieron, con resoluciones y diplomas y medallas de «oro» de la ciudad a numerosos hijos, vecinos, visitantes, difuntos, et., con categorías de ilustres y distinguidos.
Por la cantidad de favorecidos es de suponer que se «peinó» en el recuerdo a todo el vecindario y cuanta alguna vez posó sus pies en estas tierras.
La detección de brillantes «personajes» fue abultada y caprichosa, sin embargo, al parecer, se olvidó a propósito o involuntariamente a otros que por el revés o el derecho les correspondía alguna forma de retribución. Bien puede aplicarse la sabia sentencia que: «no hay peor ciego que no quiere ver y no hay peor sordo…».
En esta nota, a manera de ejemplo, mostraré un caso. El señor Ciro Benedicto De la Cruz Ledesma, nació en el centro minero Casapalca, un 29 de junio de 1924. Hijo único del operario y perforador don Matías De la Cruz Gavilán, «huancavelicano» y de doña Paulina Ledesma Rojas «huancaína». Sus años infantiles los pasó en la tierra paterna, cursando sus primeras letras en Lircay, donde existe una institución educativa que lleva mi nombre (Ricardo Fernández).
A los ochos años quedó huérfano de padre quien falleció a los 30 años de edad. El año 1934, con su primera década a cuestas, es traído desde Huancayo a Cañete, juntamente con su madre, en condición de obrero enganchado. Lo trajo el contratista don Alejandro Romero, compadre de sus padres.
Junto con él, entre otros, viajó don Amadeo Pizarro Carhuamaca, el último contratista enganchador en Cañete.
Junto con su madre, fue ubicado entre el proletariado de la hacienda Unanue, donde integró una cuadrilla de apañadores de algodón, ganándose el pan desde niño como manda la sagrada escritura. Apretaba el tiempo para repasar sus lecciones infantiles.
Siendo joven, mientras otros compañeros de infortunio disimulaban sus pesares en tertulias intrascendentes, en ruedas de timba, corriendo detrás de una desvencijada pelota o vaciándose baratas botellas de «saca ronchas», él sacaba fuerzas de flaquezas, acudía a la ciudad (San Vicente) para recibir clases de sastrería y panificación.
Don Vicente Paniagua, padre del excelentísimo, ex presidente del Perú, Dr. Valentín Paniagua, fue su maestro en los secretos de trazos, cortes y alta costura, juntamente con don Genaro Soto y Soto (Fundador de la Sociedad de Gremios Unidos y Protección Mutua) en su taller de la calle San Vicente.
La alta sociedad de entonces confiaba la confección de sus galas en tan distinguidos artesanos, quienes para entregar sus obras, se movilizaban en adiestradas mulas.
El arte de la panificación lo aprendió en la panadería que estaba situada frente a «La Favorita», en la calle Bellavista, cuyo dueño era un blanquiñoso alto apodado «Gringo cholo».
El 14 de Julio de 1939, ha sido una fecha que marcó positivamente su existencia. Ese día en Unanue, conoce a la bendita palabra de Dios por medio de un colportor de la Sociedad Bíblica, llegando a tener el privilegio de ser el primer pastor de las asambleas de Dios en Cañete.
Fue fundador de diez iglesias organizadas entre ellas las de Imperial, Quilmaná, San Luis, San Isidro, Almenares, Carmen Alto, Santa María Alta, El Establo, Etc.
Pasó una juventud aureolada por la felicidad de estar al servicio de Dios. Los que le conocen desde antaño (y aún viven) pueden dar fe de sus multitudinarias sesiones de culto a campo abierto en las plazas públicas; así como de sus reconfortantes programas radiales.
En 1957 dejó la hacienda Unanue, ante la absurda acusación de la señora Margarita Larrabure (Dueña) de envenenar a la población con sus humildes predicaciones. Designio que afrontó con firme nobleza y lo obligó a recorrer nuevos horizontes dándole otro vuelco rotundo a su existencia.
En Lima trabajó en varios talleres de sastrería, puliendo su arte, hasta convertirse en dueño de una red de estos establecimientos. Lo mismo hizo en Cañete.
En San Luis e Imperial, son recordados sus negocios signados como «Albites» donde se vestía su exigente clientela. Paralelamente a esa labor se dedicaba a la evangelización como misionero de Dios, cumpliendo la confianza de sus superiores.
Contrajo matrimonio con doña Antonia Quispe Velásquez, enviudó muy joven perdiendo también a su primogénito de tres años. En segunda nupcias unió su existencia terrenal a doña Olinda Portuguez Vicente, natural de Lunahuaná.
El Señor los bendijo con seis hijos, Robert, Ruth, Richard, Mudy, Billy y Jael; entre ellos prenominaban los nombres bíblicos. Doña Olinda, ya duerme el sueño de los justos. Muchos nietos son su prolongación de su transitar por esta tierra.
Una idea visionaria iluminó su mente en plena madurez. Transcurría el año 1967. Emprendió el encargo supremo de fundar un pueblo distinto a los conocidos, donde sus hermanos evangélicos y otros peregrinos vivan en sosiego con el creador.
Para el efecto, solicitó en compra al Dr. Miguel Aljovín, dueño de «El Chilcal», cinco fanegadas de sus tierras; donde sería sede de la Cooperativa de Vivienda «Unión Cristiana». Una Ley de entonces prohibió encementar los terrenos de cultivos. Se deshizo su sueño y se anularon los trámites en el Banco de Crédito.
Enterados de este proyecto trunco, el señor Alfredo De Toro Moreno, alcalde de la provincia de Cañete y el señor Jorge Lores Gil, alcalde de Imperial, le dieron su apoyo y lo orientaron. Se tramitó un primer memorial ante el Ministerio de Vivienda.
El señor Rubén Bendrel, primer regidor de la alcaldía imperialina, hizo el plano de la nueva urbe. Paralelamente don Ciro, solicitó en compra un terreno apropiado a doña Josefina Ramos viuda de Gonzales Prada. También lo asesoró el señor José Ferreyra García, Diputado por Cerro de Pasco, cuatro veces Senador, primer evangélico en el Congreso, contador público, laboró en la tesorería del Senado, recordado por haber logrado la libertad de culto en el Perú.
El General Juan Velazco Alvarado, dio la Ley de Expropiación Forzosa para fines de vivienda, de terrenos aledaños a las ciudades, cuando estaban en boga las cooperativas agrarias.
Como información don Ciro, tenía una respetable cuenta en el Banco Industrial. Sus negocios marchaban bien, era sujeto de crédito internacional, dueño de bienes e inmuebles bien adquiridos.
Jamás cultivó el ocio, no alimentó vicios degenerados, no exhibió conductas impropias.
En un exceso de confianza en sus asociados beneficiarios, pidió un fuerte préstamo a una institución cristiana de los Estados Unidos, por medio del Banco Industrial donde le llegó el dinero.
El sismo del tres de octubre de 1974, alteró bruscamente el trámite de su noble proyecto, variando los acontecimientos.
La Asociación Pro Vivienda Propia – Imperial Nº 1, admite entre sus asociados a foráneos con ideas contrarias; quienes el nueve de octubre de 1974, toman posesión violenta del terreno.
Los asociados e invasores se confunden. Priman los informales por ser mayoría, quienes se aferran a la fuerza antes que la razón.
No les conviene ser «asociación», prefieren ser «invasores» por no abonar el justiprecio.
Después de muchas diligencias en la que don Ciro enfrentó a la justicia sólo; el 20 de junio de 1985 de su propio peculio (Préstamo) abona al Banco de la Nación (Lima) la suma de 331,793.49 soles a nombre de la Asociación Pro Vivienda Propia - Imperial Nº 1, como resultado del juicio seguido con el Ministerio de Vivienda – Dirección General de Bienes Nacionales sobre transferencia de adjudicación de las 17 hectáreas con cuatro mil metros cuadrados. Pago efectuado por orden del Décimo Octavo Juzgado en lo Civil de Lima.
El Banco de la Nación, otorgó el comprobante de pago 2022618 B. Ese monto corresponde al valor pagado por el terreno que actualmente ocupan los pobladores de Asunción Ocho.
Los «asociados» confundidos con los invasores, jamás devolvieron el costo del terreno, abandonando a su suerte a su noble protector quien debió afrontar el préstamo recibido vendiendo sus propiedades, inmuebles, pidiendo nuevos préstamos (FINANSUR) descuidando la atención elemental de su familia, arruinando sus negocios y sobre todo la educación de sus hijos.
Para el colmo de ingratitud sufrió un atentado dinamitero en su vivienda de la esquina Sucre y Progreso, cuyos autores intelectuales (dos conocidos profesores), aún gozan de impunidad.
Don Ciro Benedicto De la cruz Ledesma, el 29 de junio cumplió 88 años de vida. Tenía en sus manos todos los elementos legales probatorios de ser el único propietario de los lotes de vivienda que ocupan los moradores de Asunción Ocho, pudo recuperarlos legalmente; pero, en ello se le fue la vida, el lunes 13 de agosto del 2012.
Sus «hermanos» (en su mayoría) le han volteado la espalda, le retiraron la mano que parecía franca y silenciosos cargan una condena en su conciencia.
Algunos (muy pocos) lo reconocen y agradecen y eso le bastó.
Perdió dinero, tiempo, bienes, amigos, salud y el fruto de toda una vida.
Murió con la conciencia libre y tranquila. Feliz de haber sido pastor, misionero y evangélico.
Esperamos que la nueva generación de «Asunción Ocho», sea diferente, libre de hipocresía, por lo menos con un ápice de gratitud real y justiciera para con su benefactor don Ciro De la Cruz Ledesma.
A través de estas líneas yo lo reconozco como un hombre bueno, noble, desprendido, visionario y ejemplar. Me lleno de orgullo llamarlo «Tío Biñe».
¡Descansa en paz, «fundador de Asunción Ocho»!
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