02 julio 2008

BENEDICTO XVI INAUGURO EL AÑO PAULINO JUBILAR...

Benedicto XVI presidió en la Basílica de San Pablo Extramuros la celebración de las Primeras Vísperas en la solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo con motivo de la apertura del Año Paulino. Participaron en la ceremonia el patriarca ecuménico Bartolomé I y los representantes de otras Iglesias y comunidades cristianas.
El Santo Padre, el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, los delegados de las otras Confesiones y los monjes de la abadía de San Pablo Extramuros se dirigieron en procesión al pórtico de la basílica donde el Papa encendió ante la estatua del apóstol el primer cirio del brasero que arderá durante todo el Año Paulino, seguido por los encendidos por el Patriarca Ecuménico y el representante del Primado Anglicano. Después, la procesión entró en la basílica a través de la "Puerta Paulina".
«Estamos reunidos ante la tumba de san Pablo, que nació hace dos mil años en Tarso de Cilicia, en la actual Turquía -dijo el Papa en su homilía-. Pablo no es una figura del pasado, que recordamos con veneración. Es maestro, apóstol y anunciador de Jesucristo también para nosotros. Por eso, estamos reunidos no para reflexionar sobre una historia pasada, irrevocablemente superada. Pablo quiere hablar con nosotros, hoy. He convocado este especial "Año Paulino" para escucharlo y aprender de él, como de un maestro, la fe y la verdad, en las que están radicadas las razones de la unidad entre los discípulos de Cristo».
«Para mí supone un motivo de alegría -prosiguió- que la apertura del Año Paulino asuma un particular carácter ecuménico por la presencia de numerosos delegados y representantes de otras iglesias y Comunidades eclesiales, que acojo con el corazón abierto", como "el patriarca Bartolomé I, los Delegados Fraternos de las Iglesias que tienen un vínculo particular con el apóstol Pablo -Jerusalén, Antioquia, Chipre, Grecia- y que forman el ambiente geográfico de la vida del Apóstol antes de su llegada a Roma y los hermanos de las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales de Oriente y de Occidente».
«Estamos reunidos para interrogarnos sobre el gran Apóstol de las gentes. Nos preguntamos sobre todo: ¿Quién es Pablo? Su fe es la experiencia del ser amado por Jesucristo de forma enteramente personal; es la conciencia del hecho de que Cristo ha afrontado la muerte no por algo anónimo, sino por amor suyo, de Pablo, y que, como resucitado, lo ama todavía, que Cristo se ha entregado por él. Su fe no es una teoría, una opinión sobre Dios o sobre el mundo. Su fe es la repercusión del amor de Dios. Y esta misma fe es amor por Jesucristo».
El Santo Padre recordó después que muchos ven a "Pablo como un hombre combativo", y de hecho, sobre su camino de apóstol no faltaron las disputas", porqué "no buscó una armonía superficial. La verdad era para él demasiado grande para estar dispuesto a sacrificarla por el éxito exterior. La verdad que había experimentado en el encuentro con el Resucitado merecía la lucha, la persecución, el sufrimiento. Pero lo que lo motivaba en lo más profundo, era el ser amado por Jesucristo y el deseo de transmitir a otros este amor. Sólo así se comprenden los conceptos fundados en su anuncio".
Entre estos conceptos, el Papa eligió la libertad, explicando que "Pablo era libre como hombre amado por Dios" y "ese amor fue entonces la ley y la libertad de su vida". Pablo "habla y actúa movido por la responsabilidad del amor. Libertad y responsabilidad están unidas inseparablemente. Quien ama a Cristo, como lo amó Pablo, puede verdaderamente hacer lo que quiere, porque su amor está unido a la voluntad de Cristo, y por tanto, a la voluntad de Dios; porque su voluntad está anclada en la verdad y porque su voluntad no es sencillamente arbitrio de su yo autónomo, sino que está integrada en la libertad de Dios y de ella recibe el camino que debe recorrer".
El Papa se refirió después a la conversión de Pablo en el camino de Damasco, cuando el Resucitado proclama "Yo soy Jesús, a quien tú persigues". "Persiguiendo a la Iglesia -dijo Benedicto XVI- Pablo persigue al mismo Jesús", que "se identifica con la Iglesia en un solo sujeto" y esta exclamación de Cristo que transformó la vida de Saulo "contiene en el fondo toda la doctrina sobre la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Cristo no se ha retirado al Cielo, dejando en la tierra a un grupo de seguidores que prosiguen "su causa". La Iglesia no es una asociación que quiere promover una causa determinada" sino "la persona de Jesucristo, que también como Resucitado sigue siendo "carne" y "tiene un cuerpo. Está personalmente presente en la Iglesia".
«Así se hace visible el misterio eucarístico, donde Cristo nos da continuamente su Cuerpo y hace de nosotros su Cuerpo". El Papa, lamentando la laceración de ese Cuerpo, pidió a Cristo la superación de todas las divisiones y que la unión fuera "de nuevo una realidad".
Por último, el Papa recordó la frase de Pablo a Timoteo, poco antes de morir: "Soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio", y señaló que "el encargo del anuncio y la llamada al sufrimiento por Cristo están unidas de forma inseparable. En un mundo dominado por el engaño, la verdad se paga con el sufrimiento. Quien quiere esquivar el sufrimiento, tenerlo alejado de sí, se aleja de la vida misma y su grandeza; no puede ser servidor de la verdad y por lo tanto servidor de la fe. Allí donde no hay nada que valga que se sufra por ello, también la misma vida pierde su valor. La Eucaristía -el centro de nuestro ser cristianos- se funda en el sacrificio de Jesús por nosotros, nació del sufrimiento del amor".
«Nosotros vivimos de ese amor que se entrega -concluyó-. Nos da el valor y la fuerza de sufrir con Cristo y por Él en este mundo, sabiendo que así nuestra vida se hace grande, madura y verdadera"

No hay comentarios.: