Escribe: P. Arnaldo Alvarado Saldaña
Acabo de leer la nota periodística de El Comercio A2 del día viernes 07 de octubre de 2011. Ante todo pido disculpas al público lector si este escrito es fuera de lo normal en las publicaciones. Pero también podemos ampliar nuestro bagaje intelectual y cultural. La nota referida fue presentada por el Sr. Eduardo Lores (periodista). Previamente advierto dos cuestiones: primero, debo agradecer que los temas filosóficos sean tratados en medios divulgativos; me parece una cuestión de honradez intelectual y de reconocimiento a la herencia cultural. Segundo, resulta que cuando hablamos de temas que no son corrientes como son aquellas que pertenecen a la filosofía y teología hay que considerarlas como saberes científicas. Ellas son ciencias, tienen método y objeto claro. Además son universales, rigurosas y ciertas.
En dicha nota se presenta el tema de la belleza. A mi parecer la nota encierra la estética según la concepción moderna, es decir, en cuanto sublime o aquello en la que se une el gusto y la percepción. Nosotros fácilmente decimos, entonces, «me gusta». Esto quiere decir que el factor subjetivo (el yo, para mí) es predominante. Así ocurre en el pensamiento occidental posterior a Descartes. De este modo la belleza es asumida por la utilidad que ella presenta y en el peor de los casos a la técnica, cuyo objetivo es simplemente la expresión artística. Pero eso es cuestión de filosofía moderna. Con esta perspectiva no se puede ver la realidad, en todo caso léase Heidegger, por mencionar uno.
Además conviene tener en cuenta que la estética filosófica no se identifica con el estudio del arte. Eso sería un reduccionismo. No, la estética filosófica es el estudio del ente en cuanto es bello. Es filosofía. Al menos esta es la línea aristotélica tomista. En este sentido, los filósofos medievales fueron quienes mejor especularon sobre la estética filosófica. La especulación giró en torno a los trascendentales (aspectos comunes de la realidad). Confróntese Felipe el canciller con su obra Summa de bono; Roberto Grosseteste, In Hexaemeron; Alejandro Magno, Summa de bono; Santo Tomás de Aquino en sus diversas obras, pero especialmente: De veritate, 1, a1., Summa Theologiae q. 39, a.8, In De divinis nominibus entre otras obras del Aquinate y otros autores medievales.
En conclusión, la estética medieval no es reducible a la utilidad o simplemente al servicio de. El primer punto de reflexión medieval es la ontología, es decir, la belleza como una propiedad trascendental del ser. La orientación primera es filosófica. Muy unida a ella está la consideración artística. Pero para hacer la obra de arte confluyen la inteligencia, la sensibilidad y los sentimientos. Para ello presento el texto del doctor angélico en el que se expresa esta conjunción: «Pues para la belleza se requiere lo siguiente: primero, integridad o perfección, pues lo inacabado, por ser inacabado es feo. También se requiere la debida proporción o armonía. Por último, se precisa la claridad, de ahí que lo que tiene nitidez de color sea llamado bello». Las consecuencias de un pensar realístico o de otro tipo tiene repercusiones en la vida ordinaria, en la vida de cada día. Cuando elegimos amar, vivir la vida y sobre todo hacer de nuestra vida una obra artística optamos según lo que pensamos. En el siguiente escrito continuaremos sobre este último punto.
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