La disminución en el rendimiento escolar, la apatía y el aislamiento son indicadores de que un niño o adolescente es víctima del bullying o acoso escolar, advirtió la titular de la Dirección de Tutoría y Orientación Educativa (Ditoe) del Ministerio de Educación, María Teresa Ramos.
La especialista dijo que los padres de familia y maestros deben estar alertas para detectar estas situaciones e intervenir, sobre todo si las víctimas tienen características diferentes en cuanto a rasgos físicos, alguna discapacidad, diferencias lingüísticas, procedencia regional y pocas habilidades sociales.
Explicó que por ello el ministerio ha elaborado la cartilla «Prevención e intervención educativa frente al acoso entre estudiantes», que será distribuida en todos los colegios del país y colgada en la página web de la institución.
Asimismo, se ha concluido la elaboración del reglamento de la Ley 29719, que promueve la convivencia sin violencia en las instituciones educativas.
«Es importante tener presente que el maltrato entre pares es una conducta que se aprende, por lo tanto puede también corregirse. Por eso, se debe evitar etiquetar al estudiante agresor, ello no modificará su conducta, por el contrario puede acentuarla. Para favorecer el cambio es mejor tratar al agresor como una persona capaz de realizar acciones positivas», precisó la directora de Ditoe.
Añadió que el estudiante agresor tiene dificultad para ponerse en el lugar de otro y disfruta molestando, es rebelde ante las normas, no acepta la responsabilidad de sus actos, se burla de los demás cuando intervienen en clase y se enorgullece de su conducta agresiva.
Además suele tener la convicción de que lo que hace está bien; mientras esté respaldado, el acosador continuará con su comportamiento agresivo, agregó.
Señaló que estas conductas erradas se aprenden de modelos conductuales negativos difundidos por los medios de comunicación; así como los prejuicios raciales, ideológicos y religiosos que existen en las familias.
De igual manera, por la permisividad de las conductas agresivas; una disciplina inconsistente y ambigua en la familia; el uso de los hijos como aliados en las discusiones de pareja y la falta de comunicación entre padres e hijos.
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