06 abril 2012

VIERNES SANTO... Y LAS 7 PALABRAS DE JESUS EN LA CRUZ...


VIERNES SANTO... Este día no hay celebración eucarística, pero tenemos la acción litúrgica después de medio día para conmemorar la pasión y la muerte de Cristo.

Cristo aparece como el Siervo de Dios anunciado por los profetas, el Cordero que se sacrifica por la salvación de todos.

El Viernes Santo se recuerda el vía crucis, así se llama al camino que Jesús tuvo que recorrer llevando sobre sus hombros el madero en el cual iba a ser crucificado. Su muerte en la cruz y su sepultura. Constituye el núcleo central de la Semana Santa.

Aparte de la celebración del Vía Crucis, también se puede asistir al Sermón de las 7 palabras, llamado también De la bofetada, por recordarse en él los últimos momentos de la vida de Jesús, desde que lo juzga el Sanedrín y recibe la bofetada, hasta que muere en la cruz después de pronunciar su última palabra.

En muchos pueblos, éste se escenifica por las calles, mientras un penitente representa a Jesús y sufre los castigos que a él se le infligieron cumpliendo así una promesa.



LAS SIETE PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ



PRIMERA PALABRA: «PADRE, PERDÓNALES, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN» (Luc.23,34)

Según la narración del Evangelista Lucas, ésta es la primera Palabra pronunciada por Jesús en la Cruz.

Jesús en la Cruz se ve envuelto en un mar de insultos, de burlas y de blasfemias. Lo hacen los que pasan por el camino, los jefes de los judíos, los dos malhechores que han sido crucificados con El, y también los soldados. Se mofan de Él diciendo: «Si eres hijo de Dios, baja de la Cruz y creeremos en ti» (Mt .27,42).

La humanidad entera, representada por los personajes allí presentes, se ensaña contra El. «Me dejareis sólo», había dicho Jesús a sus discípulos. Y ahora está solo, entre el Cielo y la tierra.

Se le negó incluso el consuelo de morir con un poco de dignidad.

Jesús no sólo perdona, sino que pide el perdón de su Padre para los que lo han entregado a la mujer.  



SEGUNDA PALABRA: HOY ESTARAS CONMIGO EN EL PARAISO (Luc.23, 43)

Sobre la colina del Calvario había otras dos cruces. El Evangelio dice que, junto a Jesús, fueron crucificados dos malhechores. (Luc. 23,32).

La sangre de los tres formaban un mismo charco, pero, como dice San Agustín, aunque para los tres la pena era la misma, sin embargo, cada uno moría por una causa distinta.

Uno de los malhechores blasfemaba diciendo: «¿No eres Tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!» (Luc. 23,39).

Había oído a quienes insultaban a Jesús. Había podido leer incluso el título que habían escrito sobre la Cruz: «Jesús Nazareno, Rey de los judíos». Era un hombre desesperado, que gritaba de rabia contra todo.

Pero el otro malhechor se sintió impresionado al ver cómo era Jesús. Lo había visto lleno de una paz, que no era de este mundo.

Le había visto lleno de mansedumbre. Era distinto de todo lo que había conocido hasta entonces. Incluso le había oído pedir perdón para los que le ofendían.

Y le hace esta súplica, sencilla, pero llena de vida: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino». Se acordó de improviso que había un Dios al que se podía pedir paz, como los pobres pedían pan a la puerta de los señores.

¡Cuántas súplicas les hacemos nosotros a los hombres, y qué pocas le hacemos a Dios!…



TERCERA PALABRA: «MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO». «AHÍ TIENES A TU MADRE», (Jn.I9, 26)

Junto a la Cruz estaba también María, su Madre. La presencia de María junto a la Cruz fue para Jesús un motivo de alivio, pero también de dolor. Tuvo que ser un consuelo el verse acompañado por Ella. Ella que, por otra parte, era el primer fruto de la Redención.

Pero, a la vez, esta presencia de María tuvo que producirle un enorme dolor, al ver el Hijo los sufrimientos que su muerte en la cruz estaban produciendo en el interior de su Madre. Aquellos sufrimientos le hicieron a Ella Corredentora, compañera en la redención.

Jesús y María vivieron en la Cruz el mismo drama de muchas familias, de tantas madres e hijos, reunidos a la hora de la muerte. Después de largos períodos de separación, por razones de trabajo, de enfermedad, por labores misioneras en la Iglesia, o por azares de la vida, se encuentran de nuevo en la muerte de uno de ellos.



CUARTA PALABRA: «DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO» (Mt.27,46)

Son casi las tres de la tarde en el Calvario y Jesús está haciendo los últimos esfuerzos por hacer llegar un poco de aire a sus pulmones. Sus ojos están borrosos de sangre y sudor.

Y en este momento, incorporándose, como puede, grita: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».

No había gritado en el huerto de los Olivos, cuando sus venas reventaron por la tensión que vivía. No había gritado en la flagelación, ni cuando le colocaron la corona de espinas.

Ni siquiera lo había hecho en el momento en que le clavaron a la Cruz.

Jesús grita ahora.

Jesús, el Hijo único, aquel a quien el Padre en el Jordán y en el Tabor había llamado: «Mi Hijo único» , «Mi Predilecto», «Mi amado», Jesús en la Cruz se siente abandonado de su Padre.

¿Qué misterio es éste? ¿Cuál es el misterio de Jesús Abandonado, que dirigiéndose a su Padre, no le llama «Padre», como siempre lo había hecho, sino que le pregunta, como un niño impotente, que por qué le había abandonado?.

¿Por qué Jesús se siente abandonado de su Padre?

Me gustaría poder ayudarte a conocer un poco, y, sobre todo, a contemplar todo el misterio tremendo, y a la vez inmensamente grande, que Jesús vive en este momento.

Este momento de la Pasión de Jesús, en que se siente abandonado de su mismo Padre, es el más doloroso para El de toda la Redención. El verdadero drama de la Pasión Jesús lo vivió en este abandono de su padre.



QUINTA PALABRA: «TENGO SED» (Jn.19,28)

Uno de los más terribles tormentos de los crucificados era la sed.

La deshidratación que sufrían, debida a la pérdida de sangre, era un tormento durísimo. Y Jesús, por lo que sabemos, no había bebido desde la tarde anterior.

No es extraño que tuviera sed; lo extraño es que lo dijera.

La sed que experimentó Jesús en la Cruz fue una sed física. Expresó en aquel momento estar necesitado de algo tan elemental como es el agua. Y pidió, «por favor», un poco de agua, como hace cualquier enfermo o moribundo.

Jesús se hacía así solidario con todos, pequeños o grandes, sanos o enfermos, que necesitan y piden un poco de agua. Y es hermoso pensar que cualquier ayuda prestada a un moribundo, nos hace recordar que Jesús también pidió un poco de agua antes de morir.

Jesús, en aquel momento de la Cruz, cuando está realizando la Redención de los hombres, pedía otra bebida distinta del agua o del vinagre que le dieron.

Poco más de dos años antes, Jesús se había encontrado junto al pozo de Sicar con una mujer de Samaría, a la que había pedido de beber.  «Dame de beber». Pero el agua que le pedía no era la del pozo. Era la conversión de aquella mujer.

Jesús tenía sed de que todos recibieran la vida abundante que El había merecido. De que no se hiciera inútil la redención. Sed de manifestarnos a Su Padre. De que creyéramos en Su amor. De que viviéramos una profunda relación con El. Porque todo está aquí: en la relación que tenemos con Dios.



SEXTA PALABRA: «TODO ESTÁ CUMPLIDO» (Jn. 19, 30)

Estas fueron las últimas palabras pronunciadas por Jesús en la Cruz.

Estas palabras no son las de un hombre acabado. No son las palabras de quien tenía ganas de llegar al final. Son el grito triunfante del vencedor.

Estas palabras manifiestan la conciencia de haber cumplido hasta el final la obra para la que fue enviado al mundo: dar la vida por la salvación de todos los hombres.

Jesús ha cumplido todo lo que debía hacer.

Vino a la tierra para cumplir la voluntad de su Padre. Y la ha realizado hasta el Final.

Antes de Cristo, sabíamos que Dios era el Creador del mundo. Sabíamos que era Infinito y todopoderoso, pero no sabíamos hasta qué punto Dios nos amaba. Hasta qué punto Dios es PADRE.



SÉPTIMA PALABRA: «PADRE, EN TUS MANOS PONGO MI ESPÍRITU (Luc. 23,46)

Y el que había temido al pecado, y había gritado: «¿Por qué me has abandonado?», no tiene miedo en absoluto a la muerte, porque sabe que le espera el amor infinito de Su Padre.

Hay que vivir con la alegre noticia de que Dios es el Padre que cuida de nosotros. Y, aunque a veces sus caminos sean incomprensibles, tener la seguridad de que El sabe mejor que nosotros lo que hace. Hay que amar a Dios, sí. Pero también hay que dejarse amar y querer por Dios.

En las manos de ese Padre que Jesús conocía y amaba tan entrañablemente, es donde El puso su espíritu.


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