VIERNES SANTO... Este día no hay celebración
eucarística, pero tenemos la acción litúrgica después de medio día para
conmemorar la pasión y la muerte de Cristo.
Cristo aparece como el Siervo de Dios anunciado
por los profetas, el Cordero que se sacrifica por la salvación de todos.
El Viernes Santo se recuerda el vía crucis, así
se llama al camino que Jesús tuvo que recorrer llevando sobre sus hombros el
madero en el cual iba a ser crucificado. Su muerte en la cruz y su sepultura.
Constituye el núcleo central de la Semana Santa.
Aparte de la celebración del Vía Crucis, también
se puede asistir al Sermón de las 7 palabras, llamado también De la bofetada,
por recordarse en él los últimos momentos de la vida de Jesús, desde que lo
juzga el Sanedrín y recibe la bofetada, hasta que muere en la cruz después de
pronunciar su última palabra.
En muchos pueblos, éste se escenifica por las
calles, mientras un penitente representa a Jesús y sufre los castigos que a él
se le infligieron cumpliendo así una promesa.
LAS SIETE PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ
PRIMERA PALABRA: «PADRE, PERDÓNALES, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN»
(Luc.23,34)
Según la narración del Evangelista Lucas, ésta es
la primera Palabra pronunciada por Jesús en la Cruz.
Jesús en la Cruz se ve envuelto en un mar de
insultos, de burlas y de blasfemias. Lo hacen los que pasan por el camino, los
jefes de los judíos, los dos malhechores que han sido crucificados con El, y
también los soldados. Se mofan de Él diciendo: «Si eres hijo de Dios, baja de
la Cruz y creeremos en ti» (Mt .27,42).
La humanidad entera, representada por los
personajes allí presentes, se ensaña contra El. «Me dejareis sólo», había dicho
Jesús a sus discípulos. Y ahora está solo, entre el Cielo y la tierra.
Se le negó incluso el consuelo de morir con un
poco de dignidad.
Jesús no sólo perdona, sino que pide el perdón de
su Padre para los que lo han entregado a la mujer.
SEGUNDA PALABRA: HOY ESTARAS CONMIGO EN EL PARAISO
(Luc.23, 43)
Sobre la colina del Calvario había otras dos
cruces. El Evangelio dice que, junto a Jesús, fueron crucificados dos
malhechores. (Luc. 23,32).
La sangre de los tres formaban un mismo charco,
pero, como dice San Agustín, aunque para los tres la pena era la misma, sin
embargo, cada uno moría por una causa distinta.
Uno de los malhechores blasfemaba diciendo: «¿No
eres Tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!» (Luc. 23,39).
Había oído a quienes insultaban a Jesús. Había
podido leer incluso el título que habían escrito sobre la Cruz: «Jesús
Nazareno, Rey de los judíos». Era un hombre desesperado, que gritaba de rabia
contra todo.
Pero el otro malhechor se sintió impresionado al
ver cómo era Jesús. Lo había visto lleno de una paz, que no era de este mundo.
Le había visto lleno de mansedumbre. Era distinto
de todo lo que había conocido hasta entonces. Incluso le había oído pedir
perdón para los que le ofendían.
Y le hace esta súplica, sencilla, pero llena de
vida: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino». Se acordó de improviso
que había un Dios al que se podía pedir paz, como los pobres pedían pan a la
puerta de los señores.
¡Cuántas súplicas les hacemos nosotros a los
hombres, y qué pocas le hacemos a Dios!…
TERCERA PALABRA: «MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO». «AHÍ TIENES A TU
MADRE», (Jn.I9, 26)
Junto a la Cruz estaba también María, su Madre.
La presencia de María junto a la Cruz fue para Jesús un motivo de alivio, pero
también de dolor. Tuvo que ser un consuelo el verse acompañado por Ella. Ella
que, por otra parte, era el primer fruto de la Redención.
Pero, a la vez, esta presencia de María tuvo que
producirle un enorme dolor, al ver el Hijo los sufrimientos que su muerte en la
cruz estaban produciendo en el interior de su Madre. Aquellos sufrimientos le
hicieron a Ella Corredentora, compañera en la redención.
Jesús y María vivieron en la Cruz el mismo drama
de muchas familias, de tantas madres e hijos, reunidos a la hora de la muerte.
Después de largos períodos de separación, por razones de trabajo, de
enfermedad, por labores misioneras en la Iglesia, o por azares de la vida, se
encuentran de nuevo en la muerte de uno de ellos.
CUARTA PALABRA: «DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO»
(Mt.27,46)
Son casi las tres de la tarde en el Calvario y
Jesús está haciendo los últimos esfuerzos por hacer llegar un poco de aire a
sus pulmones. Sus ojos están borrosos de sangre y sudor.
Y en este momento, incorporándose, como puede,
grita: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».
No había gritado en el huerto de los Olivos,
cuando sus venas reventaron por la tensión que vivía. No había gritado en la
flagelación, ni cuando le colocaron la corona de espinas.
Ni siquiera lo había hecho en el momento en que
le clavaron a la Cruz.
Jesús grita ahora.
Jesús, el Hijo único, aquel a quien el Padre en
el Jordán y en el Tabor había llamado: «Mi Hijo único» , «Mi Predilecto», «Mi
amado», Jesús en la Cruz se siente abandonado de su Padre.
¿Qué misterio es éste? ¿Cuál es el misterio de
Jesús Abandonado, que dirigiéndose a su Padre, no le llama «Padre», como
siempre lo había hecho, sino que le pregunta, como un niño impotente, que por
qué le había abandonado?.
¿Por qué Jesús se siente abandonado de su Padre?
Me gustaría poder ayudarte a conocer un poco, y,
sobre todo, a contemplar todo el misterio tremendo, y a la vez inmensamente
grande, que Jesús vive en este momento.
Este momento de la Pasión de Jesús, en que se
siente abandonado de su mismo Padre, es el más doloroso para El de toda la
Redención. El verdadero drama de la Pasión Jesús lo vivió en este abandono de
su padre.
QUINTA PALABRA: «TENGO SED» (Jn.19,28)
Uno de los más terribles tormentos de los
crucificados era la sed.
La deshidratación que sufrían, debida a la
pérdida de sangre, era un tormento durísimo. Y Jesús, por lo que sabemos, no
había bebido desde la tarde anterior.
No es extraño que tuviera sed; lo extraño es que
lo dijera.
La sed que experimentó Jesús en la Cruz fue una
sed física. Expresó en aquel momento estar necesitado de algo tan elemental
como es el agua. Y pidió, «por favor», un poco de agua, como hace cualquier
enfermo o moribundo.
Jesús se hacía así solidario con todos, pequeños
o grandes, sanos o enfermos, que necesitan y piden un poco de agua. Y es
hermoso pensar que cualquier ayuda prestada a un moribundo, nos hace recordar
que Jesús también pidió un poco de agua antes de morir.
Jesús, en aquel momento de la Cruz, cuando está
realizando la Redención de los hombres, pedía otra bebida distinta del agua o
del vinagre que le dieron.
Poco más de dos años antes, Jesús se había
encontrado junto al pozo de Sicar con una mujer de Samaría, a la que había
pedido de beber. «Dame de beber». Pero
el agua que le pedía no era la del pozo. Era la conversión de aquella mujer.
Jesús tenía sed de que todos recibieran la vida
abundante que El había merecido. De que no se hiciera inútil la redención. Sed
de manifestarnos a Su Padre. De que creyéramos en Su amor. De que viviéramos
una profunda relación con El. Porque todo está aquí: en la relación que tenemos
con Dios.
SEXTA PALABRA: «TODO ESTÁ CUMPLIDO» (Jn. 19, 30)
Estas fueron las últimas palabras pronunciadas
por Jesús en la Cruz.
Estas palabras no son las de un hombre acabado.
No son las palabras de quien tenía ganas de llegar al final. Son el grito
triunfante del vencedor.
Estas palabras manifiestan la conciencia de haber
cumplido hasta el final la obra para la que fue enviado al mundo: dar la vida
por la salvación de todos los hombres.
Jesús ha cumplido todo lo que debía hacer.
Vino a la tierra para cumplir la voluntad de su
Padre. Y la ha realizado hasta el Final.
Antes de Cristo, sabíamos que Dios era el Creador
del mundo. Sabíamos que era Infinito y todopoderoso, pero no sabíamos hasta qué
punto Dios nos amaba. Hasta qué punto Dios es PADRE.
SÉPTIMA PALABRA: «PADRE, EN TUS MANOS PONGO MI ESPÍRITU (Luc.
23,46)
Y el que había temido al pecado, y había gritado:
«¿Por qué me has abandonado?», no tiene miedo en absoluto a la muerte, porque
sabe que le espera el amor infinito de Su Padre.
Hay que vivir con la alegre noticia de que Dios
es el Padre que cuida de nosotros. Y, aunque a veces sus caminos sean
incomprensibles, tener la seguridad de que El sabe mejor que nosotros lo que
hace. Hay que amar a Dios, sí. Pero también hay que dejarse amar y querer por
Dios.
En las manos de ese Padre que Jesús conocía y
amaba tan entrañablemente, es donde El puso su espíritu.
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