13 diciembre 2010

EL TORO DE FAMILIA
Por: César Reyes Villanueva

El domingo 5 de diciembre de 2010, en aplicación de la norma para la segunda vuelta, en 10 departamentos cuyos ganadores no superaron el 30% la población volvió a las urnas. De ese modo, en algunos casos los resultados han ratificado a los ganadores y en otros, han catapultado a la victoria a los segundos.
En el caso de las provincias de Lima (que no conforman un departamento -ni todavía una región) el ganador de la primera vuelta ha sido el derrotado en la segunda. De nada han valido las alianzas concertadas ni el triunfo en 6 alcaldías provinciales, ni las 7 consejerías alcanzadas, de un total de 9.
Tampoco la polarización suscitada a raíz de la disputa por la localización de la sede regional, a consecuencia de la controversia sucedánea de la interpretación del artículo 32 de la Ley de Bases de Descentralización que establece que la sede de la región Lima es la provincia de mayor población, (razón por la que Huacho, ciudad capital de la provincia de Huaura ostenta tal status), a la luz de los resultados, ha tenido mayor efecto.
Al respecto, resulta oportuno no perder de vista que la solución del problema depende del mismo ámbito de poder del que proviene: el Congreso de la República. Y es que el problema no es tanto que la ley no haya previsto que la provincia más próxima en densidad demográfica, en este caso Cañete, pudiera invocar su crecimiento poblacional para erigirse con derecho a reclamo y solicitar el traslado de la sede. La verdad, es que la ley no previó ese caso específico ni el de las futuras regiones a crearse. Por ese motivo, para allanar el vacío, la Comisión de Descentralización y Gobiernos Locales del Congreso ha emitido un proyecto de ley que se encuentra pendiente de debate y aprobación. Con todo -tal como lo señala el texto del proyecto- proponer que el voto favorable de los dos tercios de integrantes del Consejo Regional es suficiente para decidir la sede de las regiones, no es ciertamente -al parecer- la solución más indicada.
Por otra parte, también es menester tener presente que la precaria legitimidad con que fueron elegidos los responsables de las administraciones regionalizadas durante las elecciones precedentes -en el 2002 y el 2006- en donde, incluso en una de ellas (en la región Lima) el ganador resultó serlo por escasos seis votos condujo a la modificación de la ley electoral. Así, para corregir aquellas engorrosas limitaciones el 5 de diciembre alrededor de cuatro millones de electores volvieron a comparecer ante las urnas para expresar su voluntad.
Y precisamente, en uso de ese derecho, los electores de las provincias de Lima, han puesto término a la gestión de Nelson Chui y decretado su relevo por Javier Alvarado. Pese a duplicar a su inmediato oponente en primera vuelta y pese a haberse erigido en el gestor del traslado de la sede regional, el ex alcalde ha resultado vencedor. En consecuencia, una gestión en exceso concesiva y tolerante para acoger burócratas intratables y lobistas impresentables ha pagado el costo de su sordera y de su soberbia. Pues, valgan verdades, esta elección la perdió un tal Cristian, aún cuando quien habrá de pagar los platos rotos se llame Nelson.
Pero, aunque este desenlace pudiera parecer inesperado y contradictorio, no lo es tanto. Al menos no lo fue para este columnista. Sucede que la primera semana de noviembre visité Cajatambo y luego Oyón. De las conversaciones que sostuve nada me impresionó tanto como escuchar las alusiones al torito, es decir, al movimiento Patria Joven. Acaso aquella mención tuviera mucho que ver con la familiaridad del símbolo en dos provincias rurales y ganaderas. Lo ignoro. Sin embargo, más llamó mi atención escuchar de parte de un grupo de profesores su intención de optar por el relevo. «Queremos otro», fue el escueto argumento. Al regresar a Huacho -aunque elector en Lima Metropolitana- tuve intención de publicar un comentario; no lo hice; me limité a compartir mi parecer con amigos y conocidos. Pero en especial, sentí que era mi deber compartir mis sospechas con la profesora de turismo -autora de un libro que trata justamente sobre Cajatambo- con quien semanas antes había conversado.
En una calle de Huaura, enfundada con un polo rojo y cuidando de un niño que llevaba puesto una prenda del mismo color, una mañana, clara y anodina, de un modo tan imprevisto como grato, sucedió que coincidí con Lita Román, luciendo la discreta apariencia maternal de cualquier madre, antes que la de aspirante a la vicepresidencia regional. Al saludarla, a pesar de la privacidad de la circunstancia y la solemnidad de sus pretensiones, se mostró complacida de escuchar mi invitación para incorporarse a la lista de colaboradores de un portal dedicado a Cajatambo. Pero en especial, tuvo la singular delicadeza de no mencionar en absoluto su postulación. Por eso, al regresar de mi periplo, fui yo quien la llamó para anunciarle que acaso el 5 de diciembre sería el pueblo quien la llamaría.

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