03 diciembre 2006

OH, LA NIEVE!!! Y diversas angustias...
Escribe Antonio Ruiz.

Los informativos meteorológicos habían anunciado que caería nieve en el sur de Wisconsin; pero, no pensé que fuera en la cantidad e intensidad en que estos cristales de hielo cayeron sobre la ciudad, en la madrugada del viernes 1º de Diciembre del presente año
Presumo que la silenciosa caída de los copos se iniciaron después de las tres de la mañana, puesto que a las dos y cuarenta y cinco, después de haber efectuado una necesidad miccionaria, miré la calle por la ventana de mi dormitorio, y ví que no pasaba nada.
Volví a mi cama, e inmediatamente me quedé dormido hasta que sonó la alarma, del fiel compañero de los trabajadores, del reloj despertador. Eran las cuatro de la mañana.
Norma, mi esposa, y yo, hicimos la diaria rutina de higiene; y satisfaciéndola en un pedido que me hizo, que mirase si había caído nieve, le dije : SI!!!
Tuve una alegría interior al ver nieve en el primer día de Diciembre...
Era patente el invierno adelantado.
Ante mi vista se desplegaba un paisaje hermoso que nos augura un invierno blanco, y por ende una blanca navidad.
Me quedé mirando todo el perímetro de la esquina que forma la Mc Kinley Avenue y la Burton Street... Qué belleza, qué diafanidad, en una hora en que Beloit normalmente en Otoño permanece con un cielo estrellado, pero oscuro.
- Ha caído mucha nieve? Me preguntó Norma.
- Parece que sí; le contesté.
- Entonces apurémonos porque tenemos que ir despacio, subrayó.
Y así lo hicimos.
Cuando salí para sacar el carro y dejar encendido el motor para que caliente el sistema de calefacción recién me dí cuenta de la gran cantidad de nieve que estaba cayendo hasta ese momento. Se trataba de una tormenta que se ha prolongado del sur-oeste de la nación y que dejará su sello hasta arriba, más al norte a la altura de los grandes lagos. Creo que eran más de 30 centímetros.
Mientras la nieve no haya sido removida permanece finamente sobre la superficie, y permite el paso tranquilo y normal del vehículo.
Pero, aún así tuve pequeños problemas para sacar el auto de la cochera que está detrás de la casa... Seguía cayendo la nieve y un vientecillo la desplazaba de un lugar a otro; sí, porque no sabes ni de donde viene ni adónde vá el viento. Lo estacioné a un costado del inmueble y me dirijí al interior. Después de unos minutos lo abordamos, pero previamente tuve que limpiar las lunas.
Mi mujer se puso en el timón y puso en marcha el auto.
Al ingresar a la pista que nos lleva a la highway 51, hacia el Norte, los problemas se agudizaron.
El viento se hacía más fuerte cada vez y los copos de nieve mezclados con el agua frizada se estrellaban en la luna frontal del auto.
Semejaban prolongaciones del pelaje de esos animales llamados puercoespín, pero pelajes largos disparados como dardos que mezclados con las insistentes motas blancas te cierran la visión... Es una visión grotesca, aniquiladora, que te desubica. Ibamos muy despacio; así, demoraríamos mucho para llegar a nuestro destino y con el encimado riesgo, o peligro de alguna desbarrada, o colisión cuando tomásemos la vía rápida, “la 90”, la interestatal que nos llevaría hasta Janesville y de la que ya no podríamos salir después de un largo recorrido, la misma que es transitada por decenas de traileres de diversos tonelajes, grandes camiones que se desplazan a Madison y otras ciudades del Estado de Wisconsin, y que van a la máxima velocidad y a su paso te salpican todo.
- No, no, dijimos, al unísono; tenemos que regresar, y así lo hicimos.
Sólo avanzamos cerca de un kilómetro desde la casa.
Retornamos con la misma precaución, pero, pensando en que de alguno de los costados pudieran salir en estampida los venados que pululan por estos lares y que más de una vez se impactan sufriendo las consecuencias y dañando los vehículos .
Al llegar a la casa tuvimos que apretar varias veces el control remoto de la cochera para que se levantara la portezuela; teníamos que guardar el auto, porque a la intemperie la nieve lo cubriría y se haría más difícil su desplazamiento cuando cesara la tempestad.
Cuando recorrimos el trecho para ingresar a la casa, el viento y el agua frizada golpeaban más intensamente nuestras caras; no como los golpes del odio de Dios de que habla César Vallejo, pero, en verdad golpeaban.
Nos despojamos de nuestras vestimentas mojadas, nos volvimos a poner nuestras pijamas, pero antes, nos reportamos a nuestros centros de trabajo para justificar la ausencia, y volvimos a meternos “en el sobre”.
Allí, en nuestro lecho, agradecimos al Señor por permitirnos el retorno sin tropiezo alguno. Oramos por todos los que de todas maneras se enfrentaban al temporal y se dirigían a sus labores; y por los que regresaban a sus hogares.
Orábamos pidiendo al Supremo Hacedor para que sus travesías se realizaran sin contratiempo alguno.

ERA UN MOMENTO PARA LA REFLEXION…
Interiormente evaluaba el valor, la entereza de cientos y miles de inmigrantes que asentados en esta parte del mundo se avienen a enfrentarse a todos los riesgos que en esa calidad les sobreviene y a esos riesgos telúricos de cada estación. Sí, porque no es sólo la nieve del invierno, también lo es el frío, lo son las lluvias torrenciales, las tempestades eléctricas, el calor intenso, en otras estaciones, la lejanía de los centros de trabajo, etc. y así, van y vienen, particularmente hermanos mexicanos, que traspasando la frontera de mil formas, llegan hasta estos lares de la Unión Americana; llegan porque en su patria las expectativas son sino inexistentes, mínimas; vienen para trabajar, para poder sobrevivir con dignidad.
Madres que le dicen NO a la prostitución; hijos que le dicen a la vida “yo sí puedo”.
Padres de Familia que le dicen NO a la delincuencia... Gente pobre, pero rica en dignidad, con ansias de mejorar a los suyos con el trabajo fuerte, desafiando todo; y en ese accionar sumergiéndose en esa vorágine de la impensada problemática de un fenómeno que en otros países parece no importar: LA INMIGRACION; y en donde cada sujeto, es actor de una peculiar trama que comienza con el endeudamiento para el viaje, los extra-riesgos del comportamiento de los coyotes, los abandonos en pleno desierto o la captura por parte de los oficiales de Migraciones de los Estados Unidos... Y si logran pasar, las penurias, los temores que causa el hecho de tener que abandonar la identidad para obtener un trabajo con un social security que pertenece a otra persona.
Los abandonos familiares, los rompimientos, etc., cosas que no nos enseñan y que no están en los libros, porque la sociología familiar del inmigrante es recontradinámica, como diría un buen hablante peruano, y porque miles de miles de vivencias ocurren cada día y no hay quien escriba esas páginas, de dolor, de dolor humano... “Hay golpes en la vida, tan fuertes, yo no sé...” Si, mucho sufrimiento, mucha angustia, nostalgias que son perfumadas con las lágrimas que no riegan los patios de las casas de sus colonias.
Sí, asuntos, que generan una sociología del inmigrante poco conocida y por éllo poco importa a muchos políticos.
Felizmente Alan, sabe lo que es eso; por éllo estamos seguros que se acercará más a los que estamos más allá de las fronteras, desafiando todo, propiciando las mejores medidas para dar seguridad a los compatriotas que están mayoritariamente en Japón, EEUU, Italia y otros países del orbe.
Oramos mucho, por éllos.
¡Oh! La nieve, hermosa blancura, pureza hecha agua en cristales de hielo. Mirarla, te sobrecoge; más si logras admirarla, y sobre todo recorrerla, se convierte en una terapia para el duro corazón.

EN WISCONSIN… SI NO HAY NIEVE… NO HAY INVIERNO…
Esta madrugada, la ciudad estaba blanca, como blancos los pensamientos de quienes no tienen vehículos para desplazarse a trabajar, y sólo se atienen al favor del amigo o del pariente que los lleva y los trae; tenían un riesgo más, dejar de ganar y a lo mejor por no asistir que no lo llamen más para trabajar. Por otro lado:
Quizá de tanta blancura y lo que la nieve significa, los impíos tuvieron también su momento de reflexión y aquietamiento... Sí, porque quien mira y admira la nieve permite que sus malas ideas sean recubiertas y el sujeto, cual sepulcro blanqueado, se aleja de la iniquidad aunque sea por un tiempo, porque sus impulsos se enfrían.
Al estacionar el auto en el garaje y caminar hacia el interior del domicilio, ya no vimos las huellas de las patas del gato negro que solíamos avistar en el invierno pasado. Habrá muerto? Se habrá ido a otro lugar, no sabemos. La casucha que instalamos en la parte posterior del inmueble, para que allí pernocte y coma, permanecía vacía.
Mi esposa se quedó dormida y yo seguía cavilando sobre este símbolo hermoso del invierno. Digo símbolo porque en Wisconsin, si no nieva en invierno, sencillamente no es invierno. Es tanta la euforia que la nieve despierta principalmente en los niños que los corazones se alegran al lado del temor del manejo de los vehículo a los centros de trabajo, a los colegios etc. La nieve dá oportunidad para juegos y aventuras impensadas en las latitudes del sur. Los niños juegan con sus deslizadores, juegan a correr tablas en zonas con prominencias, hacen bolas de nieve, y hay quienes hacen figuras con la nieve entre otras recreaciones.
Pero al mismo tiempo, pensaba en los hogares de gente pobre; sí, porque aunque no se crea, también hay gente pobre y muy pobre en los Estados Unidos. Acá también es aplicable los fragmentos de un poema que aprendí en primero de media o sea de secundaria en el glorioso Sepúlveda cuando su edificio funcionaba en un inmueble de la Plaza de Armas; sí, de aquél sabio que se preguntaba si en el mundo habría otro más pobre que él... “ Y cuando el rostro volvió, halló la respuesta viendo que otro sabio iba cogiendo las sobras que él arrojó...”
TAMBIEN HAY POBREZA…
Sí, hay hogares donde no existen sistemas de calefacción que permitan noches gélidas, agradables en su interior. Me acordaba de los borrachos, de viejos abandonados, de esa gente con enfermedades terminales que pululan en los metros, en las estaciones de ferrocarriles, en los que están privados de conducir vehículos y tienen que caminar o usar bicicletas en temperaturas invernales... ¡ Que pena, qué dolor!
Estampas estas que no se observan en nuestras áreas...
También pensaba en los que en el trayecto, sufren averías mecánicas, y tienen que apostarse a un costado de la carretera.
Imagínate querido lector que esto ocurra en momentos de nieve y a una temperatura baja, y para remate sin gasolina y con el sistema de calefacción defectuoso. ¡ Oh my God! ( Oh mi Dios)...
Yo me ponía en el lugar de los que se quedan a la intemperie...
Pero acá está el inmigrante, mayoritariamente mexicano, viviendo o superviviendo con coraje, con valentía.
El que viene a este país, salvo el mexicano, no sabe a lo que se expone; aún cuando mayoritariamente los que emigran NO saben, no conocen lo que es ingresar al maravilloso, expectante y complejo fenómeno de la inmigración y lo que significa el vivir en patria ajena.
En lo que a mí respecta, he aprendido algo de esto; y en cuanto a la nieve, ahora sé que cae cuando en la atmósfera los vapores de agua experimentan una modificación en la temperatura a cero grado c., o a 32 grados f.
Y lo más hermoso, que la he palpado, que he jugado con los copos, que me he echado y rodado encima de élla, y que también la he desafiado sin maldecirla, porque élla es parte de la obra de Dios.
Y también ahora sé que la nieve no causa más daño que, entre otras cosas, la lengua de un corazón impío que genera la mentira, el chisme; sí, esos labios mentirosos, esas las lenguas fraudulentas, que no tienen estación, raza, color, posición, épocas especiales para inundar de maldades a una ciudad.
Ay mamá, líbrame de éllas que de la nieve me libra Dios.
Este artículo fue escrito a las 12 a,m, del día 1º de Diciembre del 2006, a diecinueve dias del oficial Invierno en el Hemisferio Norte de nuestro apaleado planeta, después de ver el raro cambio de mando político de los Estados Unidos de México.

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