25 enero 2011

ARRIBA EL TELON

Escribe: Percy Castañeda Arellano

Y, levantamos el telón…
«CHICHA» EN EL RECUERDO…
Aun te extrañamos, mi querido Napoleón II…
Aquella vez, este servidor cumplía sus primeros diez años de vida artística… En medio de la presencia de mi hermano Marino, mis primos Carlos Felipe Aguilar (que se vino desde Puno), Camilo Zegarra, José García Trujillano, Carlos, Jaime y José Gonzáles Lobatón, en el patio del remozado C.E. 21506 de mi natal San Benito, se dibujaba una estela de alegría y esperanza… Por entonces, la mejor Orquesta salsera de Cañete, estaba en el escenario.,.. Sí, Era La Auténtica 90 de San Luis…. Con Martín Huapaya, Reneé Villavicencio, «Chombo», Hernán y Pedro Arias, entre otros… Esperaba que llegaran mis amigos invitados y un grupo de autoridades de ese entonces.. Los primeros llegaron… Como siempre –o casi siempre- a las autoridades poco les importa el arte… Pero, en medio de esa vorágine de recuerdos gratos y de momentos idos… Alguien que había conocido en Cerro Azul, con su infaltable andar y su especial forma de ser y ese inigualable cariño por los demás, llegó hasta mi tierra… hasta la fiesta… Mi fiesta… Un brinco en mi pecho me daba la razón… era esa enorme figura al lado de su esposa… Juntos, sin importarle la distancia, habían dejado a su Cerro Azul, alquilando los servicios de un chofer amigo, para ir al encuentro de quien consideraban como alguien de la familia, algo así como un hijo… No recuerdo cuanta emoción sentí, más aún guardo el mejor de los recuerdos del inigualable Napoleón II Solano Baca, simplemente «Chicha» para sus amigos… Hoy, veintiún años después me adentro en la memoria de aquellos imborrables momentos que viví para ilustrarles parte de la vida del popularísimo «Chicha»…
Napoleón II, nació en San Vicente de Cañete un 9 de Febrero de 1,934… Desde muy pequeño, le gustó el trabajo, serio y responsable, aprendido de sus mayores… Evocando a sus ancestros, iba siempre de un lado a otro metiéndose en pequeños oficios, hasta que llegando a San Luís, comenzó a trabajar al lado del desparecido «Lucho» Donayre… Sí, el mismo que tenía una panadería en que los famosos panecillos, bizcochuelos y «caramanducas», amén de los panes y dulces que ahí se preparaban, el joven «Chicha» se ganaba la vida, aprendiendo a ganársela con el sudor de su frente y sus gruesas y grandes manos amasaban con cariño cada panecillo… Así, siguió… granjeándose amigos y el respeto de qui8en ve en una persona común y corriente, el deseo de hacerse de un buen nombre y apellido… El, lo sabía… Mientras tanto, no dejaba a través de un radio transistor que poseía el negocio, de escuchar los partidos que enfrentaba su querido equipo victoriano de uniforme blanquiazul: Alianza Lima… Así, fue gustándole el fútbol… Así se fue moldeando de apoco…. De pronto como impulsado por ese impulso que tienen los jóvenes para tratar de salir adelante, dejó la tierra natal – como muchos provincianos- y enrumbó a la capital… Llegando hasta Chaclacayo… Por entonces, conoció a esa mujer que sería la compañera ideal para toda su vida: Andrea Fernández Cabrera… Una hermosa dama que conquistó su corazón, con ternura y cariño inigualable… Estando en Lima, conoció de peñas y reuniones criollas… Al volver a Cañete… convertido en un respetado carnicero, oficio que aprendió de sus familiares y de amigos mayores que él, comenzó a abrazar su fanatismo por el deporte de las multitudes… Su pasión por el Atlético Independiente (club sanvicentino de reputado prestigio) le granjeó el respeto y aprecio de dirigentes y jugadores.. «Chicha» era de los que sin importarle muchas veces, que se le mencione, apoyaba silentemente al equipo de sus amores… La «I»… Siendo carnicero, muchas veces, por ejemplo, buscaba que guardar las mejores partes de una res para llevarlos a casa y que la Doña Andrea prepare para la familia… Envolvía, el lomo fino, osobuco y otras preferidas partes y los enviaba a su domicilio… Su querida Andrea, al ver dichos paquetes, los devolvía y le decía siempre «Véndelos… Vende eso, nosotros podemos conformarnos con lo que tenemos»… Pero, el siempre cariñoso padre le replicaba y respondía: «Mujer, para ti y para mis hijos, yo solo quiero lo mejor»… Esa frase que aún guardan sus hijos, moldeó el crecimiento de su prole… Entendiendo que el deseo de un padre, es siempre buscar que su descendencia alcance los picos más elevados del nombre egregio, para el cual han sido destinados… Así fue… Así lo hizo… Por ese entonces nació la idea de establecer un negocio de comidas… Un restaurante… Emergió el «Rico, rico»… Famoso por esa peculiar atención que siempre se brindaba en este emporio del buen sabor… Hasta en dicho lugar, dio muestras de su cariño por los demás… Una anécdota de las muchas que se recuerdan como parte de ese «amor a la camiseta» que sentía Napoleón por la «I»… Por ese entonces por la década del 70, el popular cuadro rojo atravesaba sus mejores momentos… Y, viendo la posibilidad de contribuir con los jugadores del club, manda a confeccionar una buena cantidad de llaveros que tenían como pendientes, botitas de madera con la inscripción «Y, dale I»… Como su esposa Andrea vio que tenía una bolsa llena de estos llaveritos, le increpó por esto y el buen Chicha, solo atinó a decirle, me lo han encargado uno de los dirigentes… En realidad, él los hacía y se lo repartía a los jugadores y les decía, «véndanlos, par que saquen siquiera para sus pasajes, muchachos»… Sin embargo, ocurrió que un buen día, llegó un señor al restaurant preguntando por «Chicha» y la Doña, lo atendió y le dijo que no estaba, que había salido. El visitante, desconociendo el «secreto», le dijo –entregándole un paquete- ¡Ah! Seño´ ,aquí le entrego esta bolsa, le dice a su esposo que le estoy dejando la otra mitad de los llaveros que me mando a hacer, ya después arreglo con él…. El hincha número uno de la I, había sido descubierto…
Años después, motivado por sus viajes a Lima, -en el que conoció de las peñas criollas y el boom del bolero- decide poner una Peña criolla… Para entonces, ya contaba con un local adquirido en el «Puerto de los ensueños»… Su restaurant no tenía pierde… Aquí sucedió algo que conmovió también a su familia… al terminar un encuentro de futbol del Independiente, Chicha le dice a los muchachos que habían triunfado aquella tarde de domingo: «Muchachos, los espero en el restaurant para un cebichito»… Pues bien, en efecto, eso sucedió… Los connotados jugadores, entre los que se contaba al «Chino» Cuzcano, Roberto Alva, Gustavo Arriaga entre otros, algunos dirigentes y uno que otro «paracaidista» llegaban al restaurant y el cebiche y las gaseosas se repartían en sus mesas… ¡Grande fue la sorpresa para Doña Andrea!... Resulta que al momento de sacar sus cuentas, decía pero que esto nomás hemos vendido?.... Sin embargo, no contaba con que su amoroso esposo invitaba el cebiche, pero como el lugar se llenaba de gente venida de diversos lugares fuera de los de la «I», se paliaba el asunto… ¡Ese era mi padre! Suele decir Hilda su hija a quien cariñosamente conocemos como «Paka»…
Ese gesto de su adorada Andrea, le daba el equilibrio que necesita un hogar para formar a los hijos… No en vano, esa buena «madera» sirvió para inculcar en Iris, Jorge, Hilda y Andrea ese especial énfasis en no doblegarse ante las adversidades y saber escudarse en el amor infinito por un Dios que todo lo puede y ese afán de ser solidario le vino de estirpe familiar….
Chicha era fervientemente devoto del Señor de los Milagros y fue integrante de la Tercera Cuadrilla sanvicentina (ya desaparecida)… Ya en el 77, abre su Peña criolla… la misma que inigualablemente, se convirtió en el punto de reunión obligado para veraneantes y que alcanzó un prestigio inusitado… No en vano, llegaron figuras de talla nacional e internacional… Ahí se repartían el trabajo… Doña Andrea en la cocina… Iris y «Coco» en la atención… Paka y Chicha en la barra…. Las peñas eran el boom en Cerro Azul y el local se llenaba de bote a bote… Hasta elñ propio Chicha salía a actuar… Con un atuendo único… con una pesada cadena atada a su cuerpo y con una ropa adecuada, teatralizaba el famoso canto afro «El Payandé»…. Pues bien… para ello, un joven ayudante se encargaba de hacer el papel del Amo… Es decir, mientras se escuchaba la canción de lamento… el látigo (que no era más que uno de esos tejidos de tiras de cuero forjado) caía sobre la espalda del esclavo que se lamentaba con gruesos quejidos y ayes dolorosos… Por supuesto, que los latigazos eran suaves sin que perjudique al que hacía el papel de africano… Pero, un día de esos que no faltan, ocurrió que el ayudante no llegó, «chicha» no tuvo más remedio que buscar un reemplazante, al ver el pedido de toda la concurrencia que casi en coro pedían «Chicha, el payandé, el payandé…»… Pues bien, resulta que Napoleón II fijó su mirada en un tipo de gruesa contextura, tez clara y alto, cuyas señas bien podrían aplicársele a un esclavista… Se trataba nada más y nada menos que del famoso «Cheff Temblor» como se le conoce a Gilberto Yáñez… Este aceptó el encargo, pero…. Pero, este no entendió lo que le advirtió Chicha y después que salió a escena el esclavo, «Temblor» cogió el «San Martín» y zuácate, lanzó un soberbio latigazo…. El ¡Ay! Lastimero de chicha se dejó sentir…. Y vino otro latigazo y otro más… hasta que lo hizo trastabillar… la gente aplaudía a rabiar… La encumbrada actuación de Chicha, los había conmovido, hasta las lágrimas… Caído en el suelo y levantándose de apoco, llegó hasta la puerta en donde terminaba el drama… Fue en ese instante en que Chicha se incorporó, levantó la mirada y le lanzó una severa reprimenda a Temblor «Oye, temblor conch….. no te dije que fingieras los latigazos?.... y temblor solo atinó a contestar ¡ah! Yo no te escuche pues!.... Por supuesto, que esa espalda quedó molida y tuvo que ser curada, más el drama continuó, pero sin temblores ni terremotos….
Ah chicha… Si hasta para eso eras bueno… Te anticipaste a todo o casi a todo… Iniciaste las peñas…. Iniciaste los salsódromos… le pusiste alegría a Cerro Azul y te enfundaste en el cariño sentido a esa camiseta roja sanvicentina… Pero no solo eso, amigo… Si, mi querido amigo…. Demostrabas tu cariño por los que menos tienen… Salías de tu casa casi a hurtadillas y te ibas a San Luis o San Vicente, llevando ayuda a los que menos tenían.. Sobretodo a los niños… Les regalaba ropa u otras cosas, que no te sobraban sino que las adquirías… Era tan grande tu voluntad de ayudar que salías a comprar panes o bizcochos, con la única finalidad de dárselos a los niños…. Eras capaz de irte cuantas veces te era posible a San Vicente u otro lugar, con la exclusiva idea de pagarles el pasaje o invitarles frutas a los alumnos, niños o jóvenes… Esa era tu nobleza… tu deseo de decirle al buen Dios, que no estabas aquí de paso… Que querías compartir lo poco que tenías con los demás…. O, cuando llegabas al estadio y les pagabas las entradas a los «chibolos» que por ahí merodeaban, porque no tenían como entrar…. Eso se llama generosidad…
Por eso me dolió tanto tu partida… conocerte significó para mí, la extensión de mi padre… Era o perdón, debo decir –creo- soy de casa en la tuya… Llegué a llorar en silencio cuando supe tu partida y me hice la firme promesa de escribir parte de esa historia infinita de amor al prójimo que siempre brindaste y ese inigualable mensaje de amor filial que junto a Andrea Fernández dejaste a tus hijos… Perdón, te dije aquella vez en que póstumamente te rendimos un homenaje merecido… Perdón, te digo ahora, por tardarme en escribir esto… Más quiero que sepas que donde estés…. Hasta el recóndito lugar del mundo, este hijo de afroperuanos, te lleva en el corazón…. GRACIAS CHICHA…! ¡Noble Chicha!...

Y, bajo el telón…
Esperando que Debbie Allison triunfe en Córdoba…. Te lo mereces… Hasta más pronto…

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