18 enero 2013

ASIA: MAR DE COPAS...

Adolescentes y otros que recién estrenan la mayoría de edad toman hasta las 6 de la mañana en diferentes locales públicos de Asia
(Artículo publicado en la Revista Caretas)

La crónica de una noche de juerga interminable en el Boulevard de Asia. Alcohol, drogas y accidentes en el kilómetro donde prima la inconsciencia.
La noche va a ser larga. Luego de un cabeceo obligatorio y la respectiva preparación mental y física necesaria antes de enfrentar una noche de rumba y desenfreno en el sur de la ciudad, enrumbo a la impredecible carretera Panamericana Sur que me llevará a mi destino: el Boulevard de Asia. Solo pasadas las doce de la noche, cinco muy arreglados y bisoños jóvenes ya habían estampado su camioneta negra contra el guardarraíl. de su izquierda, y golpeados e inestables, caminaban en fila india hacia la aparatosa ambulancia que los esperaba a unos metros del desastre. Alegaron solo haber perdido el control del automóvil, sin trago de por medio. Esta vez, fue solo el susto.
Kilómetro 97.5, una y media de la mañana, llego al pequeño mundo del fin de semana de la elite de la sociedad. A una ciudad comprimida que incluye los exquisitos gustos de la aristocracia limeña. Ahí donde familias enteras de blancos recorren perfectos y señalizados suelos asfaltados en búsqueda de la vajilla adecuada para el salmón a la parrilla que prepararán en la noche en Casa & Ideas, la falda más corta y de moda estilo animal print para la juerga en Joia o una parada de último minuto en la tienda de Claro porque el WhatsApp del Blackberry se colgó y ahora cómo me comunico más tarde. Ah, es que en el exclusivo Boulevard de Asia mancó el que no tiene celular porque el único teléfono público que hay está malogrado. Después de todo, siempre nos quedará el BB chat.
Meneando melenas que aún queman por el paso de la plancha de pelo y al ritmo de pasos inseguros a una distancia de taco nueve del piso empedrado, aparecen las féminas uniformadas y cuidadosamente maquilladas para estar irreconocibles en esta noche que recién comienza. Los previos se inician en sus casas, según dicen, desde las 9 de la noche. La carta: interminables vasos de whisky, vodka, unos chilcanos y, si hay tiempo, un bocadito luego en el Fridays del boulevard. No falta, en algunos, el éxtasis y cigarros de marihuana frente a la playa. Cuando el alcohol y demás empiezan a hacer sus efectos distorsionadores en mente y cuerpo, llámesele criollamente ‘estar picado’, empieza la fiesta.
Chela y Blackberry en mano, caminan atolondradas hasta el triángulo de las discotecas más codiciadas de la noche, Joia, Stereo y Rock Bar, en donde se quedarán un promedio de media hora o más despolvando sus mejores artificios para poder entrar. Porque ahí solo entra el que es amigo del vip, la que tuvo suerte y un promotor le regaló un brazalete o la que está en la lista de alguno de los socios. Ojo, también vale coimear al vip, pero no siempre trae buenos resultados. Pero, al final y como ya sabemos todos, contactito manda.
Manadas de chicas y chicos desde los 14 hasta los 30 años forman una barrera alrededor de las discotecas y a la voz de «¡ya está todo el mundo!», secan rápidamente sus últimos sorbos de cerveza, hacen sus últimas coordinaciones y empiezan a entrar. Son las dos y media de la mañana. Primera parada: Stereo. Recurriendo al empujón, ya que pedir permiso es una pérdida de tiempo, logro introducirme en una jungla de meneos en shorts y tacos, quemadas de cigarro y un olor a Jagermeister, Jager para los amigos, con Red Bull fundido en el ambiente del bailecito hasta que toque el hueso. O el piso. Cuando el tránsito perpetuo empieza a aburrir a las chicas «bien sazonaditas», como diría uno de los vips, después de tomar vasos de cuba libre y whisky puro sin parar, se van a seguir con el recorrido nocturno. No sin antes hacer una parada previa en el zaguán del local y sentarse en la oscuridad de las escaleras, espacio exclusivo en donde los blackberry dependientes se hipnotizan con su mensajería instantánea. Segunda parada: Joia. Al ritmo de «Sin compromiso, solo baila hasta el piso», cual si fuera el himno de la noche, whisky on the rocks, chilcanos y marihuana vienen y van, y las chicas bailan descontroladas en donde las agarre la canción. Donde hay trago, están, y donde hay foto, también. Qué sería de estas chicas entaconadas sin las barandas de las escaleras.
Tercera parada, y espero última, Rock bar. Cuatro de la madrugada. No necesité avanzar más que la primera zona para que una chica mareada termine expulsando todo lo que tomó y comió en la noche al lado mío. Agarrada de los vips, casi inconsciente, se la llevan afuera entre burlas y ataques de risa de otras mujeres que, frente al espejo de la discoteca, se retocaban las máscaras de maquillaje en la cara. Chicas que vomitan en los baños son objeto de burla de sus propias amigas que solo atinan a amarrarles el pelo. Y que siga la fiesta.

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