24 noviembre 2012

ASIA... CLUBES DE PLAYA... DE CARA AL MAR... Y DE ESPALDAS AL PUEBLO...

Testimonio del periodista Iván Reyna, comunero de Asia, que fue testigo de uno de los mayores despojos territoriales del Perú republicano. Desde entonces está impedido, como el resto de peruanos, a disfrutar de esas arenas que forman parte de un pasado cada vez más lejano.

Corrían los primeros años de los 80, y siendo un adolescente, caminaba de sol a sol por sus extensas playas en busca de las ricas machas que formaban parte de la economía familiar. La sequía en el valle llegaba a su sétimo año. El mar era la despensa del pueblo con sus peces y mariscos. Ninguna casa interrumpía el sólido horizonte marino. Sólo las de arena, claro, las que construía en mis juegos de infancia.
Llegó el año 83, y el calientísimo Niño arrasó con las machas y los peces. Los huaicos atacaron desde el otro bando. La tierra tembló. Ese verano me marcó para siempre. Las playas empezaron a tener nuevos dueños. En serio, la impotencia de un menudo muchacho que ve cómo le despojan de su arenal, y no poder hacer nada ante los inquilinos que levantan casas en serie, es algo irreconciliable. Empezó a dibujarse un nuevo mapa de ricos contra pobres. Lo paradójico es que esta historia la escribieron los propios asianos. Claro, algunos, sin bandera y sin identidad. Son llamados traficantes de tierras también.

LA MISERA DEL PODER
Fue recién en la época de los noventa que el despojo se consumó. Así nació el Boulevard de Asia, el emporio comercial con multicines, cajeros automáticos, emisora de radio, helipuerto, campo de golf y truculentas discotecas que han enfermado al verdadero pueblo de Asia con sus trajines nocturnos. Drogas, prostitución y asaltos son las contribuciones de este oscuro rincón. Dejamos de llamarnos Asia, ahora decían «eisha».

En paralelo, brotaron los clubes de playas privadas, las lujosas residencias. Y tras cuernos, palos. Cerraron los ingresos a las playas públicas. Huachimanes, cercos y paredes impedían el paso. Siempre quedaba Sarapampa, ese era nuestro consuelo: cuatro kilómetros de playa no podían desparecer de la noche a la mañana. Ilusiones que volaron como un castillo de arena. En enero de 2012 fui con mi familia a Sarapampa, donde siempre acampaba, donde siempre pescaba. Pero, no faltaba más, el acceso nos fue negado. ¿Y la Ley 26856 que determina que las playas del litoral del Perú son bienes de uso público, inalienables e imprescriptibles y tanto su ingreso como su uso son libres?
Tanto es el poder que, después de arrebatarnos las playas, empezaron a pelearse entre poderosos. Apenas corrió el anuncio de que Revolutions Perú construiría un hotel-casino y con atención todo el año muy cerca del boulevard, la competencia le paró en seco. Le dijeron que promovería ruido, congestión y desorden. La jugada era no darle licencia. Pero Revolutions metió maquinarias a sus terrenos. Desenterraron una veintena de esqueletos humanos del año 1,500 antes de Cristo. Estaba en terreno intangible, declarado Patrimonio Cultural de la Nación en 1990. Sin embargo, la empresa se zurró en el tema. Siempre hay un «Felipillo» a mano. En este caso, el arqueólogo Luis Felipe Villacorta, que trabajaba en el INC, y que blindó a la trasnacional con un certificado de inexistencia de restos arqueológicos. El viejo truco de Juez y parte. Igual, Revolutions, aceptando tácitamente la existencia de momias, se comprometió a construir un museo de sitio para exponer los restos y piezas encontradas. Hace unos días nos enteramos que Revolutions no va. Y más bien ha pedido la devolución de casi medio millón de soles. Lío de blancos, claro. Pero, ¿y los restos arqueológicos?
Otro hecho que levantó polvo fue lo ocurrido en 1996 con el cantante Raúl Romero. La comunidad de Asia nunca le vendió un centímetro de playa. Fueron sólo unos dirigentes quienes cedieron el terreno de manera ilegal. Estos dirigentes después fueron expulsados de la comunidad. Pero el daño estaba hecho: decenas de campesinos fueron masacrados por defender sus tierras, algunos fueron a prisión, y uno murió -después- tras las balas de los guardias de asalto. El gran despliegue policial, que incluyó caballería, se explicó años más tarde, que tras bambalinas estuvo el inefable Vladimiro Montesinos.
Entonces, reventó el chupo, se descubrieron otras ventas ilegales, y sólo unas cuantas con la autorización de la comunidad. Por esos años todavía quedaban playas públicas. Sarapampa estaba libre de cemento. Fue el inicio del fin. En la actualidad todo Sarapampa está vendida, de cabo a rabo. Incluso los clasistas de Patria Roja y la Derrama Magisterial tienen sus aposentos allí, con canes bien cebados que impiden que uno se acerque a esa «propiedad privada».

HISTORIA QUE SE REPITE...
Pero esta historia de desidias y contradicciones no es nueva, le viene al asiano desde su origen. Se podría decir que es algo genético. Al escarbar el pasado de Asia -mi propio pasado- me enteré que sus primeros pobladores, los que decidieron quedarse a vivir en este territorio hace 6 mil años, están enterrados a unos diez metros de profundidad, bajo capas de huaicos. Así lo reportó el arqueólogo suizo Frédéric-André Engel, cuando estuvo por este valle en 1959. Allí, bajo tierra, están pescadores, agricultores y tejedores incipientes. Según Engel, estos pobladores primigenios vivieron en una época dramática, de temor y pánico, al soportar, por un lado, los fuertes aluviones que les obligaba a refugiarse en las faldas de los cerros, y por otro, a defenderse de las organizaciones vandálicas que llevaban destrucción a su paso.
Para el año 500 d.C se levantó Huaca Malena, el sitio arqueológico más destacado de Asia, que inicialmente fue un morro para divisar saqueadores y bandidos; y luego un exquisita pirámide de seis plataformas donde se rendía culto a los dioses y las buenas cosechas. Sin embargo, siempre según Engel, pronto el monumento fue abandonado (entre el 550 y 750 d.C.) por la mortandad que causaron inclementes sequías y una devastadora epidemia.
Después, los pocos asianos que quedaron fueron sometidos por los wari que se hicieron dueños del valle. Los wari dejaron cuatro mil tejidos en Huaca Malena, el sitio con mayor cantidad de textiles en la costa del Perú. Más tarde llegaron los incas. Ellos dejaron cementerios en Huaca Malena, El Tambo, El Pacae y en la misma isla guanera de Asia. La cadena de sufrimiento continuó con los españoles que impusieron su cruz y esclavizaron al pueblo. Ahora nos despojan de nuestras playas –que antes compartíamos con el resto de peruanos-, las privatizan, y no pasa nada, ni nadie. A cien kilómetros al sur de Lima se vive a la defensiva, sin tregua ni descanso, la historia se repite, cruelmente, una y otra vez.

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