24 noviembre 2006

TODO ES CUESTION DE UN CAMBIO DE ACTITUD... CAMBIEMOS YA...

No, señor. Por favor, no lo haga.
El Juez de Paz al que me había dirigido me miró desconcertado.
-Sólo voy a botar esto por la ventana –me dijo, mostrándome una envoltura de galletas.
-Precisamente eso es lo que no debe hacer –insistí y le pedí que me diera el paquete.
En aquellos días no había carretera asfaltada a Huancavelica y el tren era la principal forma de comunicarse con esa ciudad. Mis compañeros de viaje eran varios de los Jueces de Paz a quienes había estado capacitando.
-¡Qué admirable forma de pensar! –comentó uno de ellos.
Parecía que en ese momento yo hubiera enseñado más que en los tres días del curso, pero entonces, lejos de sentirme un paladín de los valores cívicos, me estaba acordando de un episodio ocurrido quince años antes. Estaba en la universidad y acababa de dejar un vaso vacío de gaseosa en el marco de una ventana, cuando una compañera de clases exclamó consternada:
-¿Qué pasa, Wilfredo? ¿No sabes que acá hay tachos?
Avergonzado, caminé hasta el basurero y los tres metros que me separaban de éste fueron claves para mí, porque para mis adentros decidí que dejaría de ser uno de los individuos que ocasiona la suciedad de los espacios públicos. Ahora me parece totalmente lógico guardar en mi bolsillo un boleto o una envoltura hasta encontrar un lugar adecuado para botarlos. Al mismo tiempo, mi propio caso me mostraba que es posible corregir el comportamiento negativo de los demás.
Es verdad que en muchos casos puede ser difícil, aún con una persona cercana. A veces pueden surgir dudas como: “Acaso se moleste mi tía si le digo que esas palabras racistas me chocan”, “Si le digo a mi compañera de trabajo que su vida peligra viajando en Tico pensará que soy un metiche” o “¿Cómo le digo a mis amigos que no me han presentado a su empleada?”. A pesar de esos temores, en mi experiencia las personas reaccionan positivamente.
Sin embargo, es muy frecuente que inclusive personas cuya situación social o profesional les permitiría incidir mucho en generar conductas positivas en los demás, temen hacerlo, como sucede con profesores o periodistas. Hace unos días, un grupo de sacerdotes y religiosas me invitaron a dar una charla sobre medio ambiente y yo les insistía en que aprovecharan sus posibilidades de motivar en los feligreses cambiar los hábitos de consumo más contaminantes. Al final, surgieron interesantes ideas sobre cómo promover el ahorro de energía y emplear recipientes reciclables.
Ahora bien, en el Perú promover un mínimo sentido de responsabilidad implica estar dispuesto a escuchar respuestas pintorescas. Una alumna de la Universidad Católica me dijo alguna vez: “Nosotros podemos dejar la basura donde queramos, porque pagamos para que haya gente que limpia”... No hay que desanimarse: ella ahora ha cambiado totalmente su manera de pensar.
La capacidad de incidir en el comportamiento de otras personas es tan importante, que Antanas Mockus, cuando fue alcalde de Bogotá, tomó como uno de sus pilares para lograr una mejor convivencia social convencer a los bogotanos que ellos debían corregir malos hábitos inclusive de desconocidos... y aprender a aceptar la corrección. Había que evitar tanto la pasividad como una actitud violenta o agresiva, que origina un conflicto innecesario. A los pocos años, la experiencia de “corrección ciudadana” demostró ser mucho más eficaz que las sanciones o las charlas sobre educación cívica.
En mi caso personal, yo debo confesar que muchos de mis comportamientos positivos se han debido a la intervención de amigos o conocidos. Por ejemplo, hace ya bastantes años, me jactaba de mi destreza en “torear” automóviles, hasta que un futuro colega me dijo:
-Para mí, es una falta de respeto a la gente que está manejando.
Poniéndome entonces en el lugar de los conductores, me di cuenta de cuán irresponsable había sido. Así como las palabras de algunas personas me han ayudado a ser más considerado hacia los demás, a mi vez, creo haber logrado promover cambios similares de conducta. No siempre logro saber cómo hacerlo, porque es una tarea que requiere mucha habilidad y sentido de la oportunidad.
“No contribuyamos, señor, a la horrible bulla de la ciudad”, fue la forma en que una amiga italiana convenció a un chofer que no tocara el claxon a cada momento. Este ejemplo se lo suelo comentar a mis amigos extranjeros, para que no se queden callados y angustiados, cuando el taxista es imprudente o tiene alguna conducta errática.
En el caso del juez de Huancavelica, yo pude haberme limitado a mirar en silencio cómo botaba la envoltura por la ventana y pensar luego, disgustado, cuán sucios son mis compatriotas uno y que mal está el Perú. Felizmente, para promover una mejor convivencia social, existen mejores posibilidades que refunfuñar.

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